Cada mes de septiembre tenía que interrumpir mi formación como periodista para volver a la Facultad de Periodismo.
En verano tenía los mejores maestros, de los que aprendí a mirar y a escuchar, a callar tanto como a hablar y, sobre todo, a escribir.
Descubrí que un periodista debe resultar siempre impertinente, más que un semáforo sin cruce, impertinente en general, hacia todas partes, a veces incluso hacia el lector, incluso hacia uno mismo.
Esta selección de columnas publicadas entre 2008, cuando me quitaron el derecho a guardar silencio, y 2020 tratan de resumir lo que a uno le pasa cuando la profesión le obliga a meterse donde no le llaman .
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