Nieve hasta las rodillas
A partir de este punto sólo hay nieve,
un inútil océano de tiempo
detenido. Si das un paso más,
tus piernas van a hundirse lentamente,
casi hasta las rodillas: la blancura
del páramo te obligará a seguir
adelante, sin rumbo, siempre en círculos.
A sólo un parpadeo de distancia
el mundo frena en seco y, de repente,
la luz te ha derretido las pupilas
y no posees más que la certeza
de estar ciego en mitad de un mapa mudo.
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