En el curso de uno de sus viajes, mientras deambulaba por el bazar de la medina de Alepo, Octávio Lothar halló un atado de doce cartas, escritas en francés, destinadas a alguien que residía en Europa. Cerrada la compra de las cartas, constató que eran unas epístolas amorosas que una misteriosa mujer llamada Denise dirigía, desde un serrallo, a su amado Pierre. Octávio Lothar no ha podido averiguar cuándo se escribieron las cartas ni si todo lo que en ella s se cuenta ocurrió en Turquía, Persia o Siria. Sea como fuere, Denise, al parecer contratada para supervisar la «economía de la libido» de un harén oriental, va describiendo a su lejano amado los aspectos más inusitados y las peripecias más llamativas de la vida en un recinto al que la mayoría tiene vedado el paso.
Misiva a misiva, Denise describe las costumbres que rigen la estricta a la vez que regalada vida de las cautivas, la encarnizada lucha que entablan las favoritas por ganarse el aprecio del sultán, las intrigas de los eunucos, los castigos que se imponen a quienes transgreden las normas y, en fin, toda la sensualidad que rezuma un lugar secreto donde numerosas mujeres sólo tienen un deseo: conseguir ser gratas a un hombre, el sultán, al que temen y, al mismo tiempo, adoran.
De inicio abrupto, desarrollo lleno de imprevistos y final enigmático, El impudor de la mirada es la única ofrenda que una mujer occidental podía hacerle a su amado: el relato fiel de lo que ven sus ojos carentes de todo pudor.
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