Desde finales de agosto hasta comienzos de septiembre de 1939, las cancillerías y gobiernos de las potencias europeas vivieron una actividad frenética ante una guerra a todas luces inminente y cuyas consecuencias imprevisibles mantenían en vilo a Europa entera. Desde hacía tiempo, parecía evidente que Hitler quería recuperar la ciudad alemana de Danzig, declarada «ciudad libre» por el Tratado de Versalles y rodeada ahora de territorio polaco. Mientras el ejército de este país se aprestaba a una heroica defensa de sus fronteras, al dictador alemán tan sólo le detenía la aparente firmeza de británicos y franceses para cumplir sus compromisos de ayuda mutua con Polonia; pero ante la opinión pública occidental se alzaba el espectro del pacto entre Hitler y Stalin.
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