Un diario viene a ser la memoria de los días arrancados a la usura del tiempo. Poder recordar estas cosas que hubieran desaparecido de no haberlas fijado en nuestro cuaderno de bitácora es una felicidad añadida y distinta a la del propio recuerdo. Tiras de un recuerdo como si fuera de un hilo y ninguna imagen te llega a satisfacer porque comprendes que, al tensarlo, lo esencial se presenta en cada uno de los pliegues; cada imagen, cada sabor, cada sensación se desdobla y el recuerdo va de lo pequeño, de lo más insignificante a lo microscópico... recuerdos creando vínculos, recuerdos como las cuentas de un rosario, perdidas y olvidadas cuentas, ya casi inencontrables en los pliegues de la memoria.
En este laberinto de sensaciones lo más grandioso se halla siempre en lo que aún está por descubrir, esperando nuestra mirada o la mano que lo desentierre, como si fuera un botín guardado por los oscuros dedos del tiempo
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