En La patrona (1847), tercera novela de Dostoievski, asistimos a un conflicto característico de la primera mitad del siglo XIX: la soledad del intelectual urbano, u incapacidad para llevar adelante proyecto alguno, su inutilidad y su dificultad para establecer vínculos con los sectores más carenciados de la población. Estos condicionamientos sociales en una época signada por una gran represión, censura y control ubicaban a los intelectuales rusos en una suerte de "callejón sin salida". Privados de herramientas para incidir de alguna forma en la realidad política o social, los artistas se entregaban a fantasías y ensueños que, de manera falaz, satisfacían sus necesidades espirituales. Es así como, en la literatura, aparece el tipo del "soñador".
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